Por: Giovanny Antonio Muñoz Ortega
Correo electrónico: giovannymunozo@gmail.com
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@gmunozo
Acción, adrenalina, dolor, resistencia pero mucha
diversión. Estas son algunas características de uno de los deportes más populares
de las últimas 18 décadas en el mundo, el Rugby. En Medellín es una novedad, un
deporte que cada vez gana más adeptos, para quienes las implicaciones y riesgos
que tiene su práctica no importan con tal de obtener 80 minutos de emoción.
Éste es un deporte que trasciende fronteras, originario
en los países anglosajones: Australia, Canadá, Estados Unidos, Irlanda, Nueva
Zelanda, Reino Unido y finalmente llegando a nuestra región. Países como
Argentina, con su equipo Los Puma, son la cuota suramericana en los grandes
certámenes internacionales. Colombia cuenta con su seleccionado, Los Tucanes,
conformado por los mejores jugadores del país, radicados en las ciudades de
Bogotá, Valle del Cauca, Santander, Bucaramanga y Medellín.
Desde el año de 1993, el Rugby se practica en
nuestra ciudad, gracias a la iniciativa de Hans Rausch y Carlos Andrés
Montañés, estudiantes colombianos en aulas americanas, quienes, al aprender la
técnica en el exterior, regresaron a nuestra ciudad para darle vida a este
deporte. Seleccionados de la Universidad de Antioquia, la Universidad Nacional
de Colombia, colegios de origen europeo y americano, entre otros, incursionaron
este deporte, y con el paso del tiempo se perfila como una de las grandes
disciplinas deportivas en la ciudad, vinculando en sus formaciones, más
jugadores y seguidores.
Según la Federación Colombiana de Rugby, en la ciudad de Medellín actualmente existen 24 clubes, de los cuales, 45 equipos están en competencia, conformado así un total de 3.000 deportistas en todas las categorías: infantil, juvenil y mayores; pertenecientes a ambas ramas, femenino y masculino.
El rugby con sello paisa
El deportista Antioqueño se caracteriza por su
disciplina, alta competitividad y rendimiento, siendo los más apetecidos en
diferentes eventos nacionales e internacionales”. Así lo asegura Andrés Roberto
Gómez Castaño, presidente de la Federación Colombiana de Rugby, quien desde el
año de 1993, es testigo de cómo el Rugby incursiona en la ciudad de Medellín, siendo
la pionera a nivel nacional, gracias a sus jugadores quienes han demostrado
tener todas las agallas para promover esta práctica. “Tenemos un terreno
abonado y son las universidades, gracias a ellas se promueve la práctica del
rugby a nivel local y nacional, pero nuestro verdadero éxito lo atribuimos a la
inclusión de los menores de edad, aquellos niños y jóvenes que están en el
colegio, dándoles a conocer que hay un deporte diferente al fútbol, más emocionante
y fructífero”, asegura el dirigente Gómez, considerando que el mayor atractivo
para los jóvenes es la práctica de un deporte serio, conservador de tradiciones
y valores, valores como el respeto, la tolerancia, la educación y ser en todo
momento caballeros dentro y fuera de la cancha. “Gracias a los programas de
escuelas populares, al apoyo del Inder, Indeportes Antioquia, la Alcaldía de
Medellín y la empresa privada, cada vez tenemos más niños y jóvenes interesados
en practicar y jugar al rugby, siendo los grandes talentos a mediano y corto
plazo”.
El Rugby es magia, pasión y respeto, concluye Andrés
Gómez, teniendo la firme convicción que el 2011 y los próximos años, serán
fructíferos en la práctica de este deporte. Es por ello que Medellín es la
capital del Rugby, con una inversión de aproximadamente $7.000 millones de
pesos, cuenta con la única cancha pública en Colombia, acondicionada
técnicamente bajo las normas de la International Rugby Board (IBR – Comisión
Internacional de Rugby, según sus sigla en ingles) para la práctica de este
deporte, demostrando su gran ambición y compromiso para seguir siendo los
pioneros en este deporte.
Mi experiencia con la Ovalada
Tras realizar un exhaustivo
rastreo a este deporte, es difícil no dejarse cautivar, el temor está latente,
pues un mal golpe puede ser fatal, pero la descarga de adrenalina no quedaría
nada mal. Es por eso que a mis 30 años, quise tener mi propia experiencia con
la ovalada, para confirmar que se siente ser un gladiador en la cancha, un toro
para mi contendor y un gran amigo para los compañeros de equipo.
El rugby es un deporte de contacto, para ser más puntual, es como jugar Fútbol Americano pero ‘desnudo’, sólo con guayos y protector dental. A pesar de ello estaba dispuesto a esquivar todo tipo de golpes, correr como loco, hacer pases hacia atrás tratando de llegar al fondo de la cancha y marcar un Tray (Gol que equivale a 5 puntos), bloquear (Tacklear) al adversario, si es que se le puede llamar bloquear, más fácil sería decir tirársele encima, sin importar si éste se golpea o en el peor de los casos se fractura, lo importante es no dejarlo avanzar.
Me puse en contacto con Rubén Castrillón, entrenador del equipo “Los Duendes”, en su sede ubicada en la Unidad Deportiva de Belén. Tras una conversación telefónica en la cual le planteaba todas mis inquietudes y temores con respecto a la práctica de éste deporte, finaliza diciendo: “¡Hermano no se preocupe, lo único que se necesita son ganas!”. Contento, seguro y motivado, me fui en la búsqueda de adquirir los pocos pero indispensables implementos deportivos para el entrenamiento: protector dental, guayos, medias, pantaloneta y camiseta; claro está, en todo momento escuchaba aquel zumbido al oído que me decía “¿Está seguro de jugar esto?”.
Haciendo caso omiso a la voz de mi conciencia, portando cada uno de mis implementos deportivos, parco y agresivo, me encontraba en la cancha esperando la llegada de los demás compañeros. Con la adrenalina fuera de sus niveles normales y en medio de la espera, recordaba y recreaba en mi mente diversas situaciones de juego a partir de lo que había visto todas las mañanas de domingo en ESPN.
Siendo las 07:00 PM, fueron llegando los que iban a ser mis compañeros de entrenamiento, y a medida que arribaban yo los clasificaba: “Éste es un chiquitín, no creo que me gane. Éste sí está bien grandote, creo debe dar bien duro”. Con una actitud egocéntrica me creía el más grande, fuerte, agresivo, acuerpado e invencible, estaba más que dispuesto a tacklear, a que se dieran cuenta quién era Giovanny Muñoz, ganándome la confianza y lo más importante, el respeto de mis compañeros.
El entrenador era Rubén Castrillón, un tipo enorme, de casi 1.90 metros de altura y unos 100 kilos de peso; al verlo tragué en seco y pensé “Este man me vuelve trizas”, y aquel zumbido al oído salía nuevamente a flote “¿Está seguro de jugar esto?, estás a tiempo de decir ¡NO!”. Tras dar vida a un silbato comenzó el entrenamiento: veinte vueltas a la cancha de fútbol, flexiones de pecho, abdominales, corra en picada, vaya al fondo, que vuelva, que rollitos, que tírese, que párese, y al cabo de dos horas mis pulmones desconocían el significado de la palabra oxígeno. Agotado y con lo poco de conciencia que me quedaba sólo pensaba “Quién me manda a tomar tanta cerveza, pero que va, a fin de cuentas ¿Quién dijo miedo?”.
Desde mis adentros, con un ejercicio de auto motivación, fingiendo estar intacto, pero en el interior hecho polvo, nos disponíamos a jugar. Con una pelota ovalada, la cual es un poco más grande que la pelota de Fútbol Americano y mucho más compleja dominarla, tras acatar las instrucciones del entrenador y un largo pitazo se da inicio a mi primer partido de rugby. Mientras escuchaba las voces de los compañeros impartiendo órdenes, utilizando palabras todas con extranjerismos: Tackle, Scrum, Try, Maul, Free pick, Off-side, sólo pensaba: “No entiendo ni un carajo”, pero a pesar de no entender nada algo tenía claro, cuando tuviera la pelota debería correr como un loco dispuesto a chocarme contra un muro. Recepcionando el pase de uno de mis compañeros y recapitulando todo lo poco o mucho que había aprendido, comencé a correr, deseoso de anotar un Try para mi equipo y finalmente convencerme de que estaba hecho para este deporte, tan solo había avanzado dos metros cuando mi cuerpo quedó plantado en el piso sin conciencia y con diez gorilas sobre mis espaldas forcejeándose, unos por proteger el balón y otros por querer conseguirlo, no sabía en dónde me encontraba, sólo veía a ras de la cancha de arena el calzado de aquellas bestias cuando pisaban mis extremidades y exprimían el poco aire que quedaba en mis pulmones, y por mi parte lo único que hacía era proteger el balón con una mano y con la otra mi cara.
Tres horas de entrenamiento fueron suficientes para salir golpeado, con morados en los brazos, las piernas laceradas, sin una gota de energía, hasta con un golpe en la cumbamba, que ni la cara bien librada salió; pero comprendiendo que era el rugby, y como suelen decir quienes lo practican: “Este es un deporte de bestias jugado por caballeros”, y comparto este lema, pues a pesar de lo agresivo y hasta bestial, es un deporte que se vive en un entorno de camaradería, de respeto y finalmente de grandes lazos de amistad.
Al final de la jornada, estando en casa tirado en
un sofá, con una incapacidad de por vida, vuelve aquel zumbido a mi oído que
finalmente me dice: “¡Se lo dije!”.